Por Carla Gómez
Nota escrita por nuestra compañera, Carla Gómez, que está realizando una gira por varios países europeos con el objetivo de hacer conocer las Defensorías de Género y recoger las experiencias de los movimientos de mujeres. :
La actividad comenzó unos días antes, buscando el lugar, que
costó conseguir, según me dijo Mayra. Es que aquí, en Berlín, la vida política
es distinta, más bien subterránea, diría yo. Hay muy pocas actividades de
índole pública y para todo se debe pedir permiso. Además, decir “pueblo kurdo”
en público es mala palabra, por decirla te pueden meter preso y devolver a tu
país de origen.
Acá está lleno de kurdos exiliados y gente de muchos otros
países, que habla un mínimo de dos idiomas. Estamos en Europa, los trenes pasan
cada tres minutos y bajo tierra, el bus cada cinco y casi no hay autos en la
calle. ¡Para qué querés, autos si el transporte público funciona bien!
Todo tiene calefacción porque las temperaturas son muy bajas
y, en general, tenemos servicio de Internet en los medios de transportes. Yo
pensaba que eso nos vendría muy bien para todas las escuelas públicas de mi
país. Sin embargo, a pesar de todo, la vida acá tampoco es fácil, porque el
mismo sistema muestra sus contradicciones a cada rato.
No podíamos hacer la charla en determinados lugares, donde
en general se reúnen luchadores, “si van a hablar de los kurdos no”, “eso está
prohibido”, “eso es peligroso” y así... Hasta que nos aceptaron en un local de
la KDP -Komunismus deutsch patey- fueron los únicos que no cuestionaron el
contenido de la charla, uno nunca sabe quién va a ser el aliado circunstancial
de turno, diría un morenista amigo.
La noche anterior hicimos un guiso sin carne, acá se utiliza
mucho por el frío, allá tomamos mates. Le dicen sopa y es un guiso de todos los
colores, con mucha verdura, porotos, arroz… y bastante picante. Llamamos al
traductor, Miguel - que tiene 30 años, habla cuatro idiomas, traduce textos y
entiende nuestras terminologías - para que no se olvide de ir.
Tuvimos que ir más temprano porque el lugar no tiene
calefacción y había que calentarlo. Nancy nos estaba esperando. Ella es chilena
y ahora vive en Berlín. En el lugar, que se llama “La casa de Salvador
Allende”, se reúnen unos siete grupos, todos comparten ideología y lucha pero
tienen independencia y autonomía.
Se reúnen poco y la actividad política es escasa, contaba
Nancy. Ya era la hora de la actividad y las personas iban llegando: un par de
españolas, unas alemanas, unos compas luchadores por la causa de Honduras,
chilenxs, argentinxs, de todo un poco. Cuanta historia junta, cada una con su
bagaje, con su búsqueda, con su lucha.
Gente buscando calor, con una temperatura que con suerte
asciende a siete grados. Yo sentía temor y mucha responsabilidad, preguntándome
a cada rato qué necesitaban escuchar cada una de esas personas.
Hombres y mujeres de diferentes lugares del mundo y una
misma búsqueda, eso que a los luchadores nos quita el sueño, eso que nos hace
diferentes y por lo cual, de alguna u otra manera nos persigan. Por pensar
distinto, por querer romper las barreras de los idiomas y las fronteras, por
animarnos a este viaje.
Con ellos y ellas nos une la lucha por ser mejores humanos,
por ser iguales, por ser libres, nos une la búsqueda constante y la lucha. Nos
une la búsqueda de la igualdad y la libertad. ¡Que así sea! ¡Luchadores y
luchadoras del mundo unidos!
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